Vengo
Vengo
arrastrando tristezas,
hojas al viento, pétalos
de jazmines muertos, los últimos rayos
de un sol ensangrentado
en la campiña seca.
Aquellas horas últimas vimos llegar a los niños, los niños con esos rostros solemnes, que no pueden comprender tanto horror, que no se ríen ni sonríen, que caminan sonámbulos hacia el comedor de la iglesia, donde hay comida, agua, todo lo que faltó en aquel paraje triste donde hubo tanta belleza, tanta música, tanta risa.
El mundo sigue en sus asuntos
diarios, la gente camina por el aeropuerto,
los teléfonos suenan, las alarmas
gritan en sílabas estrepitosas.
En cada esquina una mujer
habla de sus compras.
Había una bebe negrita como un carboncillo, llorando desconsoladamente; aguantaba un osito que alguien le había dado, pero como con olvido, con desinterés, y cerca la madre, amamantando a un crío silencioso. Dos niños, dijeron tener doce años, mirándonos con la cara
del que ha visitado el infierno y todavía no da pie con bola.
Los televisores todos reportaban
la continuidad de los desastres,
las aguas inundando ilusiones,
platos, cruces, tenedores y libros,
cadáveres, todo en una putrefacción
de 'limpieza étnica.'
Agua, jugos, sacos de papa, papel higiénico, cajas de galleticas dulces, y algo de abrazos y de besos, de un pedir perdón porque somos de la misma humanidad que los atropella, los abandona, los hace maldecir el mismo día de su nacimiento. Y al final, un abrazo empañado de lágrimas, y un querer quitarse hasta la ropa y los zapatos, hacer algo, algo, cualquier cosa, un alivio...
Fuimos a ofrecerle algo a los dos chicos,
una zanahoria, un trago de agua,
una tajada de manzana. Las miradas
decían, 'aparentamos vida,
solamente.'
He regresado. Me duele la espalda de acarrear bolsas de zanahorias, papas, me duele la vergüenza de una impotencia sorda. No tengo lenguaje. No tengo nada que decir. Cuando trato de expresar aquel horror imperdonable, la gente me dice que tal vez cuando duerma, que seguramente estoy algo cansada, que con los días se me 'pasará' la desesperación.
En un rancho lujoso
un presidente tocaba la guitarra
como Nerón tocando el violín
mientras ardía Roma. En las afueras
del lujo y la miseria, la muerte acecha, fiera.
=======================================
I come as the twilight doesI come as the twilight does,
carrying griefs,
leaves in the wind, the petals
of dead jasmines, the last rays
of a bloodied sun
in the barren countryside.
During those last hours we saw the children arrive, those children with solemn eyes, who cannot comprehend so much horror, who neither laugh nor smile, who sleep-walk toward the dining room in the church, where there is food, water, all that was missing in that sad place where there was once so much beauty, so much music, so much laughter.
The world continues in its daily tasks,
people walk along the airport,
telephones ring, alarms
scream in shattering syllables.
In each corner a woman
talks about her shopping.
There was a small baby girl black as a coal nugget, sobbying inconsolately, holding a small teddy bear someone had given her, but carelessly, without interest, and close by, a mother nursing a silent infant. Two boys, they told us they were twelve, looking at us with that face of those who have visited hell and cannot figure it out.
The television stations all reported
the continuity of the disasters,
the waters flooding dreams,
dishes, crosses, forks and books,
cadavers, everything in the putrefaction
of an 'ethnic cleansing.'
Water, juice, sacks of potatoes, toilet paper, boxes of cookies, and something of hugs and of kisses, of a plea for forgiveness because we are members of the same human race that tramples them, abandons them, makes them curse the very day of their birth. And at the end, a hug soaked in tears, a wish that one could take off even the clothes and shoes one is wearing, so that one could do something, anything, something to relieve...
We went to offer the two boys something,
a carrot, a drink of water,
a slice of apple. Their looks said,
'we appear to be alive,
barely.'
I have returned. My back hurts from carrying sacks of carrots, potatoes, my sense of shame hurts from a mute impotence. I have no language. I have nothing to say. When I try to express the unforgivable horror, someone says that perhaps when I sleep, that surely I am overtired, that with the passage of days, the sense of desperation will pass too...
In a luxury ranch
a president played the guitar
as Nero once played the violin
while
of luxury and misery, death awaits,
ferocious.
No comments:
Post a Comment